Aquella mujer se sentó como siempre junto a la orilla del lago tranquilo y dejó su mente pasear libremente por las orillas de los recuerdos. Miró el agua sosegada, y como solía hacerlo, quiso pensar que aquella estaría tibia, casi convidándola a sumergir desde su cuerpo hasta su alma. Sacudió la cabeza y se dijo “No! Nada es lo que parece y el agua seguramente esté fría”
Cerró los ojos, escuchó la brisa jugar entre los árboles, mientras sus recuerdos colgaban de las ramas y pensó, “El agua nunca está tibia. no debes confiar”
Muchas veces intentaron convencerla de que estaba equivocada, que debía creer en lo que veía. Tantas otras veces se molestaron con ella por ser incrédula, por confiar únicamente en los dictámenes de su corazón.... Pero ella sabía que siempre tenía razón... el agua estaba fría.
No fue algo que aprendiera sola, fue la vida misma que le demostró que debía confiar más en su sexto sentido que en lo que los demás le dijesen, sin importar la vehemencia usada para persuadirla.
Finalmente, el agua estaba fría y ella lo presentía.
Abrió los ojos, cautivó nuevamente sus recuerdos que aun se mecían en las hojas y emprendió el camino de regreso.
Por el sendero, alguien le habló con voz tierna. “Todo te lo doy, eres mi luna y mi sol. Bañémonos juntos en aquel lago, vi que agua está tibia, nademos los dos, yo te cuidaré.”
Ella sonrió, tomó su mano y lo acompañó sin decir una palabra.
De nada servía decirle lo que ella sabía; él no querría creerle y hasta seguramente su amado se molestaría con ella por desconfiar.
Regresó junto a él a la misma orilla que había dejado momentos atrás,y mientras nadaban juntos, ella sentía, más que en su piel, en su alma, que el agua estaba fría y pronto llegaría una corriente helada.







